de mi pasadita por Colombia

De la paz

En Bogotá llueve mucho, pero a los rolos no parece mojárseles la simpatía. El centro viejo preservado es pequeño, pero muy lindo. Es difícil preservar centros si de tanto en tanto hay que entrar con tanques a sacar a militantes de algún edificio importante tomado, supongo. En tiempos de paz, la ciudad se ve linda, los gordos de Botero (y las colombianas) fascinan a los turistas, y el museo nacional tiene una exposición dedicada al rock colombiano. Una pared entera para Aterciopelados. Me encanta.

En Zipaquirá, a cuarenta minutos de la ciudad, han construido una catedral dentro de una mina de sal. Es magnífica. No pudimos evitar entonar a Chávez la comentar que el interior huele a “azufre”, y nos quedamos perplejos con la cantidad de gente que hacía fila para atender a la misa dentro de la catacumba.

Parecen ser muy católicos en Bogotá, hay una capilla en el aeropuerto, y los domingos hay misa en los centros comerciales. Por la calle de los papás de Martín, contaba su hermana, pasa una vez por semana una procesión. Además, abundan entre las artesanías los niños dios y las vírgenes marías de distintos materiales.

Alcanzamos a ir a cinco piezas del festival iberoamericano de Teatro. Como representante boliviano estaba Teatro de los Andes con “Otra vez Marcelo”, que tuvo gran repercusión. Yo no llegué a verla, por desgracia, pero escuché muchos, y muy buenos, comentarios sobre ella. La obra que más me gustó fue “el mono de Suhtu”, un circo africano, estilo Cirque du Soleil, que había armado la enorme estructura de un baobab en el centro del coliseo. Las peripecias de los acróbatas que personificaban monos, las danzas de las mujeres, y la música de los hombres y del rey estuvieron impresionantes. Los franceses tienen un par de cosas que aprender de esos africanos.

¿Y la comida? La comida sabía a casa. Su majadito se llama bandeja paisa , y sus tamales, arepas. Éstas últimas tienen más variaciones, y todas son de-li-cio-sas.


De la violencia

...Y yo pensé que Bolivia tenía problemas.

En Colombia la Violencia empezó en abril del 48. Y qué violencia. Nunca había visto tantos militares y policías como en las calles, centros comerciales, y hasta teatros de Bogotá. Entretanto, junto a la violencia visual por la constante exposición a revisiones y detectores de metal en las puertas de restaurantes y obras del festival, había algo más asustador aún: el silencio.

Considerando un poco el contexto, mi compañero de viaje y yo comprendimos que éstas son generaciones nacidas después de la muerte de Gaitán, no conocieron otra realidad. La violencia, los paras, los milicos, las múltiples guerrillas, los secuestros, y todas sus posibles combinaciones, conforman lo más básico de su imaginario de cotidianeidad. Eso es algo que alguien de visita jamás podría entender. La gente parece ser parte de un acuerdo tácito de silencio sobre el asunto. No les gusta hablar del tema, y a veces puedes escuchar como respuesta un modesto “no diga eso aquí”. Los taxistas se mostraron más dispuestos a hablar del asunto que los jóvenes universitarios que conocimos. Los taxistas siempre tienen cosas acertadas qué decir.

Ah, sí, y los periódicos mienten (qué novedad).
Mienten mucho.
(prometo las anécdotas sólo de las noticias de los periódicos con un cafecito a mi vuelta)

Sin embargo, como descubriríamos después, sí hay críticos. En concentraciones de una clase media de izquierdas predominantemente, y sin discriminación de edad, se encuentra el 12% que NO votaría por Uribe si hubiese reelección mañana. Son números asustadores, todos: tanto la popularidad del gobierno como la tasa de secuestros (por parte de la guerrilla) y torturas (por parte de los militares) por año.

A todo esto sumamos como combustible el narcotráfico y, ¿qué nos da? Nos da un país de rumba, de salsa, de gente encantadora, amable, feliz, y hermosa.

Los dioses siempre compensan.

1 comentario:

Paola R. Senseve T. dijo...

Nenaaa!.
Hasta sentí estar ahí por un ratito..
"Una ya llega, la otra quizá. Una espera..."